Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

15/12/08

Capítulo VIII. El milagro

06 de agosto de 1987.

Evidentemente se hizo cierta la suposición de Alexander. Nuestro escolta se presentó en el lugar a la hora señalada. En su trato y buena voluntad quedaron enmarcados el buen servicio y amor a su trabajo.

-¡Ahí viene! – gritó Wasim.

Estábamos sentados en el mismo banco de madera. Discutíamos lo que habría de acontecer de ahora en adelante. Intervino Alexander...

-¿Sacaron todas las maletas?
-¡Sí! todo está listo.

Supimos que algo cambiaba de allí en adelante. Lo sentimos cuando al gritar faltó una mano...la de Félix, que sentado en el asiento trasero de la patrulla nos miraba un tanto melancólico e inconforme por lo que le había sucedido y, tal vez, sintiéndose culpable por haber roto la cadena de cinco eslabones y, que a pesar de todo, todavía existía.

-¡Victoria y Gloria!

No todos los fuertes vientos que soplaban sobre nuestro ánimo estaban en contra. Aquel inolvidable seis de agosto logramos partir, tal y como lo habíamos planeado: en la madrugada, protegidos por la frescura de la suave brisa. La oscuridad reinante no dejaba ver las grandes extensiones que recorreríamos; solo unos cuántos metros adelante.

Los primeros kilómetros, como siempre: el paso más largo y en completo silencio. Comencé a preguntarme si podría resistir. Llevábamos unos cuantos metros y ya me estaba doliendo la herida de la planta del pié. Me costó reconocer que solo un milagro me permitiría llegar hasta la meta de ese día. Por tal motivo, dejé todo en manos de Dios y me encomendé a la Virgen de Coromoto.

Marchando al compás del canto de los grillos y de animales nocturnos se empezaron a trabar las primeras palabras...

-¿Qué le pasa a Wasim, por qué se fue adelante? – preguntó Alexander
- No sé – respondí.
-¿Alguien discutió con el?
-Yo no tengo nada que ver
-¿Seguro? Mira que ayer estuvieron a punto de pelear.
-No. Me incomoda a veces pero no es mi intención llegar tan lejos, y francamente no creo que él tampoco quiera.
-¡Qué raro!
-Yo no me preocuparía. Son momentos en que un hombre choca contra sí mismo y quiere estar solo. Déjenlo. Está terminando de crecer, al igual que ustedes, manada de muchachitos.
-Es cierto lo que dices, Alexander – respondí - Me sucedió bajando de Santo Domingo...¿Lo recuerdan? Por eso pienso que es bueno lo que estamos haciendo, porque uno se prueba y se encuentra a sí mismo y con su fantasma también. Es como ser emisario de una gran lucha; como llevar en la sangre el orgullo de ser soberanos y libres. Es aceptar y vencer un reto. Es sentirse parte viviente del universo, cuando bebemos tragos de agua, en una quebrada. Es saber que no hace falta llevar la misma sangre para ser hermanos...y ustedes lo saben muy bien; cada una a su manera, pero lo saben.

Cuando el alba despuntó al oriente, habíamos dejado atrás aquel pueblo. Paso tras paso veíamos cómo la hierba quería apoderarse del color violeta, tras ser cubierta por el madrugador rocío y recibir los primeros rayos del sol.

El mugir del ganado, los silbidos de los arrieros y el canto de los ordeñadores, daban la esencia del lugar.

-¡Miren!..no hay señales de Wasim – dije.
-Yo tampoco sé qué busca con esa actitud. – respondió Seniel.
-Creo que lo único que quiere es caminar solo por el día de hoy.
-¿No se han dado cuenta?
-¿De qué?
-Observen el cielo. Vean las nubes oscuras...parece que de nuevo habrá chapuzón gratis.

-Eso ni lo pienses...¿Recuerdas lo que significa caminar con la ropa mojada?
-¡Claro que lo recuerdo! Y más vale que hagan memoria ustedes también. Creo que en menos de un kilómetro entraremos en la tormenta.

-Dije estas últimas palabras con el propósito de sacar un poco más de valor. Caminaba, sí, pero no como mis otros compañeros. Cojeaba un poco y me esforzaba en no separarme de ellos.

-¿Quieren tomar un poco de agua?

Fue el grito que de súbito escuchamos detrás de nosotros. Era Félix, que por un poco de mala suerte nos privaba de su presencia marchante, pero se hacía sentir con otra, ahora como auxiliar de caminata.

-¡Claro que la queremos amigo!

Entonces apuró el vehículo para descontar los metros que nos separaban.

-¡Aquí tienen...disfrútenla! Si quieren suero solo háganme una señal.
-¡gracias amigo! Te portas bien.
-Es mi deber, ahora que no puedo caminar. Pero tranquilos, esto durará solo un par de días. Pronto estaré de nuevo caminando con ustedes...¡Escríbanlo!

Cuando guardábamos la garrafa vacía empezamos a sentir las primeras gotas de lluvia. No hubo nada que decir al respecto. Nada más nos correspondía seguir caminando; después de todo ya era costumbre.

Poco a poco se fue mojando nuestra ropa, hasta estarlo por completo. Mis cotizas empezaron a pesar y sucedió algo que me hizo frenar: el agua había atravesado los vendajes hasta tocar mi herida, haciéndome sentir un intenso dolor. Apenas podía soportarlo. Sentí como si me hubiese insertado un clavo en la planta del pié.

-¡Ay, por Dios muchachos!...¡Paren!

Me miraron sorprendidos y me sujetaron, preguntándome al instante:

-¿Qué te pasa Juan?
-Es que tengo agua en la carne viva y me está mortificando.
-¿Crees poder seguir?
-Podré si ustedes me ayudan.

No sé que pasó. Dolía mucho. Ellos me ofrecieron sus hombros para apoyarme. Era la primera vez que cojeaba de esa forma. Cada paso era más y más doloroso. Gracias a Dios que ellos estaban allí. Seniel a mi izquierda y Alexander a mi derecha. A simple vista un cuadro muy desalentador. Me llevaban casi arrastrando y aún recuerdo cómo retumbaba en mis oídos la corneta de la patrulla, que hacía sonar el vigilante para detenernos, además de gritar:

-¡Por Dios muchacho, párate ya!

No quise hacerlo. Sabía que había llegado el momento de vencerme a mí mismo. Para entonces, ya mis ojos empañados dejaron caer las primeras lágrimas. Mis piernas se quisieron dormir debido a los calambres y mis gotas de sudor se habían tornado frías. Nunca antes en mi vida había experimentado algo así.

Es una situación en la que el dolor le quiere robar al hombre toda su fortaleza, para convertirlo en presa fácil de las circunstancias. Allí no acaba el hombre. Por eso se ha ganado su posición en este mundo.

En aquellos segundo, minutos o siglos, vinieron a mi mente muchos recuerdos. Miles de pensamientos e imágenes que terminaron por devolverme allí...a la cruda realidad. En una de mis vaivenes mentales sentí un hilo de alivio, cuando pude fijar mi mente en Dios. Elevé en silencio una oración. Me sentí muy cerca de Él, olvidándome de mí en esos momentos, cojeando y con los ojos cerrados.

Fue un kilómetro o más el que tuve que seguir para que sucediera lo que ahora estoy seguro fue un milagro: sentí un calor repentino a lo largo de todo mi cuerpo y el dolor se fue calmando progresivamente, hasta que desapareció. Pude entonces dar un paso tan firme como el de mis compañeros...seguí caminando. Escuché un grito:

-¡lo está haciendo! ¿Escucharon? Está caminando otra vez.

Fue Seniel el que no pudo contener la alegría. Miré hacia atrás y vía al patrullero junto a Félix, en el auto. Esbozaron sendas sonrisas que pronto se convirtieron en carcajadas. Qué gran experiencia y mayor recuerdo.

12:34 PM. El tiempo había transcurrido lo necesario para dejar aquella novedad una hora atrás. Nos acercábamos a la entrada de la vía que conduce al santuario de la Virgen de Coromoto.

-Mira Seniel – referí. Allá hay dos personas, frente a esa casa. Vamos a ver si tienen agua fría.
-Está bien, pero recuerda que no podemos detenernos por mucho tiempo.
-Tranquilo, compadre. Será un trago nada más.

Apretamos el paso y llegamos hasta ellos. Hablaron primero:

-¡Vienen punteando! ¿Es una competencia?
-No amigo. Es solo una marcha.
-¿De qué?
-Venimos en una campaña contra las drogas, a través del deporte.
-¿Ustedes son drogadictos?
-¡Claro que no! Solo queremos decirle a todo el que nos pueda escuchar, que caminar es más saludable que fumar marihuana o consumir cualquier otra droga....y ya no preguntes tanto. Nos detuvimos para ver si nos pueden dar un poco de agua fría.
-¿Agua? Enseguida se la traigo. Está muy fría.

Aquel hombre corrió unos pocos metros, entró en la casa y cumplió con nuestra petición. Bebimos placenteramente, sintiendo nuevas energías en cada gota de agua.

-Mira Juan Carlos...allá viene el Gorditus Mandonis.
-Qué mala suerte tiene ese pobre hombre...no le quedó nada de agua.
-Aún tiene la de la patrulla, aunque caliente. Esperémoslo para seguir con él.

Era un gran alivio estar tan cerca de la meta. Lo supe al llegar a la entrada que conduce hasta el recuerdo de la aparición de nuestra querida Patrona, y dije muy dentro de mí: “A ti te debo este día”...¡Salve Reina!

Seguimos andando hasta ver a Wasim, sentado cerca de un puente. Era la entrada a los predios de la ciudad. No dije nada. Muy callado soportaba los últimos dolores de aquel día, mirando mis sombra, como queriendo pisarla a medida que avanzaba, hasta que tuve frente a mí, aquel aviso que decía: “Bienvenidos a Guanare”.

¡Gracias a Dios y justo a tiempo! Pensé luego...si así es la alegría que sentiré al llegar a Caracas, mejor me apuro. Ya el cansancio me había hecho su presa por completo. En cuanto terminé de cruzar el puente todo se tornó oscuro. Caí estrellándome contra el asfalto. Fue algo así como no saber nada. Fue solo un instante. Mis compañeros me auxiliaron en medio de una gran preocupación. Se calmaron cuando me escucharon decir, sonriente y con los ojos cerrados ¡llegamos, llegamos!

Horas después, en el albergue del Instituto Nacional de Deportes (IND), sentado en una litera, veía cómo la sangre fluía cuando quitaba el vendaje desarreglado que cubría mi herida. Qué bueno que los muchachos no vieron eso, pues se estaban bañando. De lo contrario no me hubiesen dejado continuar, así que mantuve el pié oculto bajo una toalla, hasta que todos se vistieron y dijeron:

-¡Anda báñate! Te esperamos afuera.

En este preciso instante, años después, sigo creyendo que debí estar loco, como dijeron mis amigos en cuanto se enteraron.
Luego de la ducha fuimos a almorzar, cortesía del IND de Portuguesa. Necesitábamos algo de dinero para nuestras provisiones. Decidimos que lo buscaríamos acudiendo a los comerciantes.

En el restaurante, mientras comíamos me hicieron un interrogatorio:

-Juan Carlos ¿Te sientes bien?
-¡Muy bien!
-¿Estás seguro?
-¡Claro que sí!
-Entonces ¿Por qué te caíste hoy al llegar a la meta?
-Tropecé.
-¿A quién quieres engañar? Ya sabemos que estas muy mal.
-¿Y qué tiene de extraño? ¿Acaso ustedes no se sienten mal?
-No amigo, no se trata de eso. Solo queremos saber si seguirás caminando.
-¿Qué piensan? ¿Qué no lo podré hacer? ¿me lo van a impedir? Sepan algo...¡Llegaré hasta Caracas así sea arrastrándome!
-Mira hermano...en realidad no sabemos qué es más grande: tu terquedad o tu valor, pero sigue intentándolo.

Otro recuerdo de aquel día fue haber conocido a la selección juvenil de voleibol que se encontraba haciendo prácticas en el gimnasio donde nos hospedaron. Pronto enfrentarían a la selección del Táchira. Fue ese grupo de deportistas el que escuchó nuestro mensaje aquella noche. Misión cumplida por este día.

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