Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

11/12/08

Capítulo VII. Primera baja

5 de agosto de 1987

4:00 AM fue la hora acordada para levantarnos y llegó. Nuestro jefe se dio prisa para darnos los buenos días, luego de despertarnos con mucho cuidado, casi en silencio, para no perturbar a los agentes policiales que se encontraban durmiendo con nosotros, luego de haber cumplido con rigor su respectiva guardia.

Alexander refirió...
-No hagan ruido.
-¿Qué hora es? – pregunté.
-La de ponerse de pié...las cuatro.

Félix fue el segundo en abrir los ojos, luego Wasim, y por último, como de costumbre...Seniel. Cada despertar era distinto, de variados ambientes, colores y rodeados de nuevos amigos. Distintos también fueron los tramos que nos correspondía caminar día a día. Siempre representó una dura prueba, como un gran desafío a la naturaleza. Conocíamos los riesgos de la deshidratación, insolación o cualquier otro enemigo.

Gracias a Dios, nos mantuvimos siempre en pié, a pesar de nuestras heridas. Félix y yo estábamos lastimados. Los tres restantes, tenían ampollas en su rostro, producto del vapor de la carretera...apenas era soportable.

¿Porqué lo hacen? ¿A caso les gusta sufrir? Eran las preguntas que a diario encontrábamos en cada lugar. Otros nos veían como un grupo de renegados locos, suicidas. Hasta de marihuaneros nos calificaron. No importó. Todos estábamos concientes de lo que queríamos comunicar a través de nuestro esfuerzo, en una actitud siempre combativa hacia el vicio. Por otra parte, los que éramos creyentes, ofrecíamos el sacrificio como queriendo pagar una promesa por adelantado. Se sentía como tener una línea de crédito abierta, en el cielo...¡Qué ocurrencias!

Nunca pretendimos sentirnos superhombres. Por el contrario, cada vez que alguien nos escuchaba, le decíamos que si había soñado con algo, debía seguir adelante hasta hacerlo realidad.

La madrugada era fresca y seguía su rumbo hacia la claridad total de la mañana. Nosotros nos preparábamos para continuar el nuestro. Acordamos salir muy temprano, porque allí, en el Llano, las temperaturas altas se presentan antes del medio día, para mantenerse casi hasta el ocaso.

Nuestra próxima parada, según el mapa de ruta sería Boconoito, un pequeño pueblo, que veríamos después de otro arduo día de caminata. Alexander rompió el silencio...

-Saquen todo y pónganlo en la entrada, mientras llamo a Barinas para que nos envíen la patrulla.
-¡Listo! – Respondí en el acto.
En la oscuridad de la habitación buscábamos nuestras pertenencias y la caja de las medicinas para trasladarlas hasta la entrada, donde llegaría la patrulla de la Inspectoría de Tránsito, que al igual que el día anterior, cobijaría nuestra marcha.

Todos reunidos, afuera, menos Alexander, se preparaba a su manera. Wasim hacía ejercicios, sentado, para calentar y estirar las piernas. Félix y yo optamos por los masajes. Seniel se reclinó en una silla para tomar la siesta del estribo...¡Cómo le gustaba dormir!

Mi buen amigo Félix se sentó a mi lado, como queriendo comentar algo, pero no lo hizo. Creí adivinar lo que pensaba... exactamente igual que yo. Nos hacíamos los desentendidos de lo que padecíamos, como si nada hubiese pasado, y juntos, en silencio, nos formulábamos las mismas preguntas...¿Podré llegar? ¿Hasta dónde seré capaz de caminar? ¿Tendré que volver a casa como un perdedor?

El descanso, combinado con algunas medicinas nos traía fuerza y algo de alivio, pero seguía doliendo. En esas condiciones no éramos ninguna garantía. Cada día buscábamos algo en qué confiar. Algo que había que mirar, recordar o tocar para sentir nueva vida, cuando las fuerzas nos fallaban a mitad del camino. Aquel nuevo día, yo deposité mi confianza en mis nuevas cotizas, diciéndome: “Con este par de algodones hasta los muertos caminan”.


Félix, por su parte, dejó todo en manos de los vendajes que había colocado en su tobillo inflamado...su gran problema.

-¿Qué hora es? – preguntó Wasim. Miré mi reloj...
-Las cuatro y cuarenta y siete.
-¡Cómo tarda esa patrulla!
-Es cierto – respondí. Según escuché, de Barinas hasta aquí no se tarda más de media hora.
-Es extraño que el vigilante no haya llegado aún.
-Para salir de dudas, vamos a preguntarle a Alexander qué pasó con la llamada; ojalá que no se haya contagiado de Seniel y esté durmiendo también.
-No lo creo...pero ¡Vamos!

Justo cuando nos poníamos de pié, salió Alexander y lo interrogamos...

-Mira Gorditus Mandonis...¿Llamaste?
-¡Uf! Hace largo rato.
-¿Qué pasó con la patrulla?
-Es difícil saberlo. Mejor vuelvo a llamar.

No quedó mas remedio que aguardar sentados. Los minutos volaban y nuestra ansiedad crecía. De nuevo salió Alexander para decirnos:

-Muchachos, volví a llamar. El Inspector dijo que ya lo habían enviado.
-¿Entonces?
-Pues no lo sabemos. Lo único que podemos hacer es esperar.
-Si seguimos aquí nos van a salir raíces.
-¡Cálmense! Yo se que todos querían salir temprano.
-¡Claro que sí! ¿O es que te gusta el sol de las diez?
-No, a nadie. Estén tranquilos, por favor. Pronto llegará.

De verdad que estábamos inquietos y la situación era muy desconcertante. Lo peor de todo es que habíamos perdido la frescura de las primeras horas de la mañana, que eran las mejores para avanzar todos los kilómetros posibles. De tanto esperar, nos quedamos dormidos. Cuando desperté, vi mi reloj y eran casi las ocho de la mañana. No pude evitar reírme, cuando imaginé la cara de mis colegas al ser despertados; sobre todo Wasim, que era un polvorín. Me arriesgué...

-¡Vamos bellos durmientes! Arriba, o ¿Quieren que les de un beso?
-Ya sabía yo que esto iba a pasar – dijo Wasim, en medio de un gesto de desagrado.

Todos manifestaron su descontento por el retraso ¿Culpa de quién? No sabíamos; por eso la situación se tornaba cada vez más y más incierta. El hombre inventó las excusas. Con nuestro amigo de Tránsito llegó una muy buena, para justificar su tardía venida. Se presentó en el lugar a las 8:30AM, en compañía de una hermosa dama, como copiloto. Desmontó del auto, con una gran sonrisa que nos pedía disculpas a gritos, y rompió el silencio diciendo:

-Menos mal que ya llegamos, porque la patrulla se dañó en el camino, pero la pude reparar...¡Vamos pues!

Preferimos reservarnos la opinión, intercambiando miradas graciosas, sabiendo que la presencia de la chica era el documento viviente que daba fe de lo que había ocurrido. No lo culpamos; por el contrario, lo felicitamos por su buen gusto y buena suerte. En un segundo olvidamos las contradicciones e impregnados de picardía, colocamos el equipaje en el baúl de la patrulla.

-¿Todo listo?
-Todo.
-Entonces ...¡Vamos!

Ante la mirada curiosa de todos los presentes, y con suficiente energía gritamos...¡Victoria y Gloria! Este grito nos proveía una gran coraza, al sentir nuestras cinco manos juntas, haciendo un sólido nudo, símbolo de la unión y la fortaleza. Ëramos los cinco mosqueteros, como algunos nos llamaron, iniciando una nueva ruta, incierta pero interesante, porque a cada paso, kilómetro y día se veía y aprendía algo nuevo y también se ganaban nuevos amigos.

Dimos la vuelta a la plaza, para hacer nuestra acostumbrada salida, sintiéndonos felices y con una gran inquietud. Habiéndonos adentrado en la vía, dejando a Barrancas a unos pocos kilómetros, otra vez ese lindo misterio acogedor al que llaman Llano, nos servía en finas bandejas sus mejores escenarios, para adornar nuestra marcha, para distraer el cansancio y hacer aflorar mejores pensamientos.

Era un verdadero banquete visual, que traía en el viento lindos sueños, buenas promesas y las más halagadoras caricias. Todo esto se puede apreciar y sentir cuando se ama a la naturaleza y se siente viva, allí, tan cerca de nosotros, como la inseparable compañera de cada día. El dolor y el cansancio se soportan cuando se entienden como parte de ella; Fue algo de lo que aprendí en los 18 días de aventura.

Algo nuevo nos llamó la atención aquel día. Se dejaban ver los extensos cultivos de sorgo. Con sus espigas rojizas hacían una majestuosa combinación con el verde de la vegetación circundante. Estoy seguro que ninguno de los cinco había visto un sembradío de tal magnitud, porque hasta donde alcanzaba la vista, allí había maíz. Con razón dicen que en el llano no hay hambre.
Wasim interrumpió el silencio...

-Muchachos...¿Qué tal una fotografía?
-No es mala idea. Anda Wasim, busca la cámara en la patrulla y comunícaselo al Gorditus Mandonis – Respondí.
-Voy de una.

Nos detuvimos con patrulla y todo. Inventamos poses por decenas, tan solo para tomar dos fotos. Continuamos, habiendo aprovechado la parada para tomar unos tragos de suero hidratante. Veíamos pasar a los viajeros y ellos a nosotros. La mayoría de las veces, recortaban la velocidad para vernos con más detalle. No cabe duda que parecíamos algo fuera de lo común...traíamos puestos chalecos de seguridad, color fluorescente; lentes oscuros, gorras o pañuelos atados en la cabeza imitando a un turbante...¡Imagínenlo!

Sorpresa nuestra también fue el avistar varios autobuses que cubrían las rutas locales y que habíamos visto uno o dos días antes. Los conductores recordaban nuestra presencia y ahora nos encontrábamos en diferentes tramos, en viajes de ida y vuelta. Ahora nos consideraban sus amigos y nos saludaban repetidas veces con su potente corneta... ¿Saludaban o preguntaban?...¿Porqué van caminando?

11:43 AM. La columna marchante una vez más se había dispersado. Se habían invertido las posiciones: Alexander, que siempre marchaba en la retaguardia, ahora era delantero al lado de Félix y Seniel. Wasim y yo, que siempre íbamos punteando caminábamos en segundo lugar, algo distantes de los demás. Caminábamos y conversábamos, de todo un poco, muy distraídos de la caminata, pero concentrados en lo que decíamos...

-Dime Wasim...¿Lograste hablar con ella en Barinas?
-Claro, le hablé por teléfono.
-¿Era lo que querías hacer?
-No. En verdad no. Quería verla personalmente pero no se pudo.
-No te preocupes hombre...el que sabe esperar tiene su recompensa.
-Es mejor que sea verdad lo que dices.
-Yo no he vivido mucho que se diga, pero algo he aprendido...
-¿Qué?
-Que la felicidad existe pero está oculta. A veces tardamos en descubrirla, pero sí se puede. Luego de eso, todo lo demás será solo un sueño.
-Algo así debe ser...creo.
-Se puede aprender a vivir de las cosas más sencillas. Por ejemplo, a veces es mejor ir al jardín y hablar con las plantas, que perderse entre el humo, las risas y las luces de una fiesta, donde crees ser feliz, y cuando todo pasa, lo único que te queda son bolsillos vacíos, suela desgastada y un dolor de cabeza.
-Jajaja...sí amigo. A mi me ha pasado. Tienes razón.
-Sabes Wasim, en esto mismo momento estamos haciendo algo que para muchos significa una nominación al Oscar a la Estupidez . No te niego que los dos primeros días lo estuve pensando. Luego descubrí que caminar hasta Caracas no solo significa perder kilos, sino sentir y ver a cada paso que sí se puede lograr lo que parece imposible...Dime ahora Wasim...¿Qué fue lo que te llevó a tomar la decisión de acopañarnos?
-primero que todo, quería hacer algo distinto. Siempre soñé con hacer algo grandioso, para recordarlo toda mi vida, además de poder contarlo con mucho orgullo . Creo que esta caminata fue la mejor ocasión...y también se la dedico a alguien muy especial.
-¿A ella?
-¡Sí!...a ella. Quiero que se sienta orgullosa de mi.
-¿Te das cuenta amigo? ¡Todas las razones que tenemos para llegar hasta la meta!

Muchas conversaciones como esta, nacían espontáneamente a mitad de carretera. Por lo pronto, nos encontrábamos en u pequeño bosque, distribuido a lo largo del camino, a izquierda y derecha. Los árboles tejían sus ramas entrelazando sus copas, formando así una suerte de túnel que cubría la vía de una frescura estacionaria. Luego de aquella arboleda quedaba un puente. Al llegar a él, el vigilante nos avisó...

-Sigan así que ya coronaron Puente Páez.

Félix, que iba de primero, frenó para preguntar:

- ¿Nos vamos a quedar allí?
-No – le responde Alexander. Puente Páez es el límite entre Barinas y Portuguesa. Ahí hay una alcabala de la Guardia Nacional, donde está esperándonos una patrulla que vino desde Guanare, para escoltarnos hasta Boconoito y a lo largo de todo el Estado Portuguesa.
-¿Falta mucho para llegar hasta Boconoito?
-Creo que no. Según el mapa, se ve cerca.
-Siendo así...mejor sigamos.

Terminando de decir esto, Félix se fue de nuevo a la delantera, mientras nosotros comentábamos...

-Oye, nuestro amigo es de verdad valiente. Mientras hablaba, le miré el tobillo y lo trae muy hinchado...parece que va a estallar.
-Sí. Yo también me di cuenta. ¿Qué sentirá?
-Además de dolor, creo que sólo piensa en llegar, aún a costa de su pié.
-Para mi que quiere demostrar algo.
-Yo creo que está más que demostrado. No podemos permitir que se siga sacrificando así. Propongo que al llegar lo hagamos examinar de un médico.
-Ok. Me parece justo.
-Y tu Juan Carlos ¿Cómo vas?
-Duele, pero confío en que sanará pronto.
-Quisiera ver esa herida cuando lleguemos.

Sí...aquel día fue otro golpe para los caminantes. El calor era intenso, al punto de provocarnos ampollas en la cara, en los labios, dejándolos como relieves que explicaran una tenaz lucha contra las leyes naturales. Cuando se presentaban estas situaciones, apenas podíamos conservar la calma, porque también aparecían otros terribles enemigos: la depresión y la desesperación. Nuestras mejores armas, con las cuales logramos vencer, fueron siempre la unidad del grupo y la esperanza.

Caminábamos y bebíamos tragos de la última botella de suero. Recibimos una noticia...

-Muchachos, se lo han ganado...después de la próxima curva verán a Puente Páez.
-¡Qué bien amigo! – era yo, dando brincos de felicidad, y olvidándome del dolor corrí hasta mis compañeros...

-¿Qué les pasa ancianos? ¡Ya llegamos!

Todos nos abrazamos; todos menos Félix, a quien escuché decir entre dientes:

-¡Gracias Dios mío!

Nos dirigimos hasta el comando de la Guardia Nacional, donde nos esperaba la patrulla de Portuguesa. Cuando nos presentamos en el sitio, los guardias que se encontraban en el comando no dejaban de mirarnos, llenos de curiosidad. El vigilante que nos esperaba ya les había informado al respecto. Ellos creían porque lo veían.

Como siempre, fue Alexander el que nos presentó y consiguió abundante agua fresca, que saboreamos hasta la última gota. Permanecimos en un salón. Luego optamos por sentarnos en la entrada, en el pasillo. Permanecimos en silencio, dibujando en nuestros rostros particulares pensamientos. Yo, por ejemplo, miraba pasar los autos. Pensaba en mis padres y hermanos. Los llamaría al llegar a Guanare...la ciudad bendecida por la presencia de la Virgen de Coromoto. En ese instante, mi memoria me decía que en el fondo de mi maletín, venía aquella piedra que recogí en un riachuelo, mientras atravesamos el páramo; prometí llevarla conmigo hasta Caracas, como trofeo, que guardaría en casa, al regresar.

Regresar...¿Cómo estarán mis amigos? ¿Se enteraron? ¿Pensarán que me he vuelto loco? Ya no sabía qué pensar. Como lo he dicho antes...sólo una esperanza era la que nos alimentaba. Nuestros pensamientos siempre confluían en uno solo: ¡Llegaremos!

Todo esto es muy bonito cuando se imagina o recuerda sentado en la sombra. Su contraposición estuvo midiendo la eficacia de tales actitudes, allí, en la carretera. Volví la vista hacia mis compañeros y los vi a todos...mis queridos compañeros que se habían convertido en mis hermanos. Todos miraban al frente, como extasiados. Traté de interpretar su semblante.

Félix soportaba un intenso dolor, en un misterioso silencio, sin hacer nada para aliviarlo y deseando reanudar la marcha lo más pronto posible para conquistar la próxima meta. Wasim estaba muy serio, barbilla entre rodillas, pensando en que sus pies iban a Caracas, mientras su corazón viajaba hacia Barinitas. Seniel secaba su húmedo rostro con su pañuelo, mirando la carretera que llegaba hasta la capital y más allá, hasta oriente, donde estaba su familia. Alexander conversaba con un guardia. Estaba más empapado que todos.

Aquel silencio se rompió cuando nuestro amigo de la Inspectoría de tránsito de Barinas, no avisaba de su partida.

-¡Dense prisa que me tengo que ir!
Bastó para ponernos de pié. Nos dirigimos hasta su patrulla para toma el equipaje.

-Bueno muchachos...hasta aquí me toca. Ahora quedan en manos de mi colega. Él los llevará otro largo trecho. Hasta luego amigos.
-¡Adiós y gracias!

Vimos un amigo que se alejaba a toda prisa, y otro nuevo que llegaba, mostrándonos su bondad, en una corta y limpia sonrisa.

-¿Son ustedes solamente?
-¡Si! Somos los que ve.
-Bueno, me fue asignada la misión de venir hasta aquí para recibir y escoltar a un grupo de estudiantes, a quienes llaman Los Caminantes antidrogas, que vienen a pié desde Mérida.
-¡Sí señor! Esos somos nosotros.
-Pues es difícil de creer porque cosas como esta no se ven todos los días...¿Les a costado mucho?
-Bastante, pero aquí estamos...dispuestos a llegar.
-Entonces terminen de alistar todo y salgamos de una vez; Boconoito está cerca de aquí.

Estas palabras fueron obedecidas al pié de la letra y en el acto.

Alexander gritó:

-¡Y no olviden que las medicinas van en el asiento delantero!

Partiendo otra vez hacia lo desconocido, pero interesante, formábamos una fila de cuatro. Cuatro, porque Gorditus Mandonis se había quedado para colocarle a nuestra hoja de ruta, el sello y la firma del comandante, acreditando así nuestra salida de Barinas.

Gran emoción nos invadió cuando cruzamos, lentamente, el puente que separa a los dos estados. Lo hacíamos dando gritos de felicidad y aplaudiendo interminablemente tan fabuloso logro. Una vez más, se habían disipado los contratiempos y consecuencias, para permitirnos pensar, con toda claridad, que ya nos faltaba menos camino para llegar a Caracas, y que estábamos a punto de culminar otra etapa.

Al salir del puente, parecía que respirábamos un nuevo aire; se sentía todo distinto, y nosotros mucho más livianos, por supuesto. A pocos metros veíamos asomarse a una estación de servicios. Allí decidimos:

-¡Amigos! – dije - ¿Les gustaría tomar un refresco superfrío?
-Eso ni lo preguntes. Así esperamos al Gorditus.

Todos pedimos, casi a gritos, que nos sirvieran refrescos a punto de congelarse. Los disfrutamos trago a trago, mientras veíamos llegar a Alexander, quien también bebió dos.

Otra vez en la carretera vimos pasar los kilómetros bajo nuestros pies, al mismo tiempo que el sol seguía su rumbo hacia el ocaso. Coincidimos con un fresco atardecer, cuando hacíamos entrada a Boconoito, estado Portuguesa. Pueblo de estrechas calles pero de incalculable corazón.

Avanzando en las primeras cuadras, Wasim y yo estuvimos a punto de darnos unos puñetazos. Todo porque a él le encantaba probar la paciencia de los demás...¡Qué pasatiempo tenía el niño!

-¡Oye Juan Carlos!... Ese lunar que tiene Evelyn en el seno derecho, es un poco extravagante diría yo...además...
-¡Ya cállate...bocón! ¿O prefieres que te ayude a hacerlo? ¿Por qué no me dejas en paz de una buena vez?

Arremetió de nuevo, hasta que los muchachos lo silenciaron, una vez que le ofrecí golpes. Él terminaba siempre riéndose y de verdad me costaba entenderlo. Su amistad me interesaba más que sus comentarios, por lo que sopesé su cualidades y eran varias. La rencilla quedó atrás.

En Boconoito vivimos el momento más grande y el recuerdo más grato de toda la marcha. Justo en la entrada del poblado, escuchamos la voz de un lugareño que salió a nuestro encuentro, en compañía de sus pequeños hijos:

-Amigos...¿De dónde vienen?
-De Mérida, amigo.

Vimos como se inclinó para decirle algo a sus niños. La sorpresa fue grande, cuando padre e hijos empezaron a dar vivas y a aplaudir incesantemente. Eran los primeros aplausos que recibíamos, no más de cuatro, pero nos llenaron de tal forma que nos sentíamos en medio de un gran estadio.

Aún sorprendidos por la majestuosidad de aquella bienvenida, escuchamos la corneta de la patrulla. Tomó la delantera y nos indicó el vigilante:

-¡Hemos llegado!

En la entrada de la casa policial se encontraba un agente. Escuchó nuestra petición:

-Distinguido, queremos hablar con el comandante.
-Claro, pueden hacerlo, pero él salió en una comisión. Debe regresar pronto. Si quieren, pasen y lo esperan.
-Se lo agradecemos, porque como puede ver, venimos muy cansados.
-¿Alguna competencia?

Y así, en una entretenida conversación, le explicamos todo, incluyendo el por qué nos habíamos detenido allí, en la comandancia. Poco después se presentó un cabo de la policía que tenía a su cargo aquella sede.

Se adelantó el distinguido:

-Mi comandante, estos muchachos vienen de Mérida y solicitan hablar con usted.
-Vamos a ver de qué se trata...ustedes dirán.

Alexander le dijo que necesitábamos posada y comida. El cabo refirió:

-Bueno, para empezar, pueden dormir aquí en la cuadra. Hay camas suficientes, pero la comida no se la puedo asegurar. Como ven, somos muy pocos y no tenemos cocina. Cada agente compra su comida o la trae de su casa. Déjenme ver. Tal vez qué pueda hacer algo con la prefectura. Mientras tanto, bajen todo. El agente les asignará cama en la cuadra, para que descansen.

-En nombre de todos ¡Muchas gracias cabo! – Respondió Alexander.
-No se preocupen. Mi trabajo es servirles.

No hubo que caminar mucho. Nuestro bienhechor se detuvo frente a una puerta, y con mucha generosidad nos enseño la cuadra: sencilla pero impecable.

-Aquí es, mis amigos. Guarden todo y usen las camas de la derecha...Ah...y el baño queda al final del pasillo.

Una vez que el anfitrión dejó la zona de descanso en nuestras manos, para ir a su respectiva guardia, cada uno, en apacible confianza tomó su cama y acomodó su maletín. Luego comentamos...

-Bueno, gracias a Dios que conseguimos posada.
-Pero falta la comida.
-Vamos a esperar. Seguro que el cabo la consigue.
-Dios te oiga. Tengo hambre canina.
-Hasta ahora no nos han fallado y creo que hoy no será la excepción. Descansen un poco. Luego llevaremos a Félix a la medicatura.

Aquel pueblo era muy tranquilo. Tranquilidad misma que reinaba en la habitación, para calmar los agitados cuerpos que habían blandeado su vulnerable fortaleza, un día más bajo el sol.

Dos de mis queridos compañeros ya habían caído en abundante sueño. Otros dos aún estaban de pié: Alexander, que prefirió hablar con los agentes, y Félix que optó por lavar un par de franelas. Yo, reclinado y pensativo, hacía todo por olvidar que tenía que quitar el vendaje de mi herida. Tenía miedo. Me recliné y comencé a soñar despierto...

“Cada vez estamos más lejos de Mérida y más cerca de Caracas...y caminando...¿Quién iba a pensarlo? Después de seis años volver a Guanare...me recuerda la época del Seminario, cuando visitamos el santuario de Nuestra Señora de Coromoto”.

En estos pensamientos me quedé dormido. Tal vez trascurrió media hora. Luego Alexander nos despertó...

-¡Arriba! Hay que ir a la medicatura, para un chequeo.

Fuimos todos en la patrulla, no muy lejos de allí. Aquel sitio no se me olvida. Había una plaza frente al centro de salud. La frescura que allí se sentía era impresionante. El sitio estaba repleto de árboles, dispuestos planificadamente. Situación que aprovechaban los niños, para corre, y saltar, indiferentes a todo lo demás.

Bajamos del auto para cumplir con la diligencia médica. Yo lo observaba todo, en silencio, como queriendo grabar hasta el más mínimo detalle en cada rincón de mi mente. Cuando desmontamos de la patrulla, parecíamos soldados, al regreso de una batalla, mostrando sus quebrantos y contando sus bajas. Así fue que entramos...

-Buenas tardes doctor
-Buenas tardes muchachos ¿En qué puedo servirles?
-Queremos que revise a uno de nuestros compañeros que trae una novedad en su pié.
-¿Quién es?
-¡Soy yo doctor! Exclamó Félix, como si aquel momento era el indicado para abandonarse en el profundo dolor, que como valiente había soportado por más de cien kilómetros.

-Déjeme ver eso – dijo el doctor.

Sin ninguna resistencia, nuestro amigo comenzó a quitarse el vendaje.

-¡Dios! ¿Qué te pasó? ¿Te pisó un elefante?
-No doctor – respondió Seniel. Luego le contó todo acerca de nuestra marcha.
-¿Cómo es posible que hagan eso? – replicó el galeno.
-Pues créalo doctor. Ya usted ve. Es realidad.
-Claro, y muy cruda. Miren a su compañero cómo está y me temo que no podrá seguir en esas condiciones. Se ve mal.

Bastaron estas palabras para que todos enmudeciéramos, sin dejar de mirarnos con gran asombro. Félix bajo su cabeza y apretando los puños, con semblante de impotencia...quiso gritar...pero se contuvo. Lo comprendimos al instante. Él sabía que caminar, con su tobillo hinchado, sería como luchar contra la corriente y terminaría siendo arrastrado, sin piedad.

Transcurrieron unos minutos que parecieron ser un siglo para Félix, hundido en su dolor, meditando lo que este hecho significaba para él y para nosotros, los cuatro restantes. Sentados en el piso, solo comentábamos...

-Caramba, tenía que pasarnos esto, justo ahora.
-No culpes a nadie Wasim. E solo cuestión de naturaleza.
-Y tu Juan Carlos...¿Cómo te sientes?
-Yo estoy mejor. Ya casi no me duele. En un par de días estaré como nuevo.
-Siendo así, lo que nos queda es hablar con Félix para saber su decisión.

¡Qué incertidumbre! ¡Qué sorpresa! Los caminantes que partieron un viernes, llenos de júbilo y energía, estaban ahora a la deriva del tiempo y de sus fuerzas. Situación triste y desalentadora, pero no fulminante...¡Aún no! Parecía que algo nos hostigaba, mientras planeaba nuestra muerte lenta. Nosotros, como buenos adversarios, debíamos luchar con todo lo que teníamos, para no dejarnos destrozar.

La tarde crecía para convertirse en noche. Regresamos al comando para descansar. Mientras, esperábamos ver si la promesa de almuerzo - cena se hacía realidad. En ese instante, cada uno se ocupaba de lo que quería. Alexander continuó escribiendo su prosa. Wasim, Seniel y yo coincidimos en un profundo sueño, pero antes de dormir, observé a Félix dando masajes a su tobillo. Habíamos acordado hablar con él pero ahora debía descansar.


En la última hora de claridad, fuimos despertados por el Gorditus que venía como un tornado...

-Vamos vagabundos ¡De pié! ¿No tienen hambre?

Pronto estuvimos listos para el codiciado momento, que se hizo realidad gracias a la prefectura de aquel poblado. En el restaurante, calmando el gran apetito, con abundante comida, surgió de nuevo la idea:

-Yo creo muchachos que sería bueno presentar una obra esta noche. Esa plaza está muy buena – dijo Wasim.

Todos queríamos pero nadie dijo nada. Lo más lógico, después de la cena, sería ir directo al descanso. Se nos cerraban los ojos en los últimos bocados, y parecía que los cuerpos tambaleantes hacían coro para decir ¡Queremos cama!...mas no fue así para tres de nosotros.

Wasim terminó por convencernos a Seniel y a mi de que actuáramos solos los tres aquella noche. Así que, una vez más, con nuestros rostros blanquecinos y resplandecientes, nos dirigimos calle a calle, hasta llegar a la plaza donde debíamos reunir al público presenciaría nuestro acto y escucharía nuestro mensaje.

Al llegar allí nos llevamos una desagradable sorpresa. Parecía que estábamos llegando al limbo. El lugar no tenía ni un solo bombillo.

-Así no se puede – dije. Sin embargo Wasim insistió.
-Vamos a lo nuestro.
-Ok. Ni modo.

Como pensamos, la plaza no estaba vacía. Allí concurrían jóvenes que se agrupaban para disfrutar del ocio y de la marihuana, escondiéndose tras la oscuridad del lugar. Eran muchos, tal vez decenas. Decidimos ver aquello más de cerca y lo hicimos. Cruzamos frente a las bancas donde estaban todos ellos. No nos hicieron caso.

El policía que aguardaba en la patrulla, tratando de ayudarnos, tomó el micrófono para hablar por el parlante del auto. ¡Qué gracioso! ...Ya verán.

-¡Buenas noches muchachos! – el coro de burlas no se hizo esperar. Prosiguió...
-Les presento a tres integrantes del Escuadrón de lucha contra las drogas.

Todos salieron corriendo en estampida, como si hubieran visto al diablo. No lo podíamos creer. Wasim se voltea y gritando dice al policía...

-¡Torpe...no es escuadrón, sino eslabón!

Estallamos en una carcajada inevitable, aún cuando nos quedamos con los bolsillos vacíos. Regresamos al albergue. Cuando llegamos, Alexander nos indicó que había estado hablando con Félix y que nos daría a conocer su decisión.

-¿Qué pasó? – pregunté.
-Estuve hablando con él y se negó a abandonar la marcha. Quiere llegar con nosotros.
-Pero ¿Cómo? ¿Acaso inválido?
-Desde luego que no. Él propuso que le diéramos dos días para descansar y que luego seguiría caminando.
-¿Nos vamos a quedar dos días aquí?
-No. Partiremos mañana rumbo a Guanare. Él irá en la patrulla, pendiente del agua y el suero...¿Lo aprueban?
-Pues sí. No creemos que sea justo que después de su esfuerzo tenga que regresar a casa vencido.
-Yo también lo apruebo.
-Ok. Entonces, que vaya. Por lo pronto, vamos a dormir, porque el vigilante llegará a las cinco de la mañana y por la cara de serio que tiene creo que no nos fallará.

Al escuchar esto sentí un escalofrío, porque recordé mi herida. Cuando todos se pusieron de pié para ir al cuarto quise quedarme de último para que no me vieran cojear, y así dar crédito a la mentira que les había dicho aquella tarde.

Sentado en mi cama cambié los vendajes. Solo me quedaba una plegaria.

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