Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

9/12/08

Capítulo IV

02 de agosto de 1.987

Nuevos y confortados dejamos nuestros lechos para continuar.
- Juan Carlos, Seniel...Despierten que ya es hora! – dijo Alexander –
- Umm..si – referí perezoso –
- ¡Ah! Qué sabroso es dormir así...Vamos Seniel...De pié, que la vida es muy corta para pasarla durmiendo.
- Ya voy – respondió Seniel – En un momento estará listo.
De un salto dejé la cama y fui al baño. Cuando ya estaba totalmente incorporado, me dirigí al cuarto donde habíamos dejado los maletines. Rápidamente acomodaba el mío, mientras escuchaba algunas conversaciones de los muchachos, pues se reían de todo, empezando por mí.

- ¿Y cómo pasó la noche Cejus Pobladus? (así me bautizaron)
- ¡De lo mejor! – respondí –
- Ya lo creo; durmiendo en la misma cama con Seniel....ja ja ja.
Nadie faltó por reír; hasta yo lo hice, sintiendo el excelente sentido del humor que todos poseían. Había transcurrido media hora, por lo menos. Ya nos disponíamos a salir rumbo a Barinitas, un pintoresco pueblo de Barinas, que un día fue cuna de nuestro compañero Wasim; el mismo que mostraba un extraño brillo en sus ojos, como de inquietud; al juzgar por su apariencia, me temo que había dejado en su pueblo algo más que familia y amigos. Ahora estaba ansioso al saber que pronto la volvería a ver.

Estábamos parados en la puerta del comando, maletín en hombro y llegaron los que llamábamos Pedro Infante y Jorge Negrete, por que piropeaban a cuanta muchacha veían. Eran los vigilantes de Tránsito, nuestros escoltas, que resultaron ser magníficos amigos.

-¡Buenos días muchachos! ¿Ya están listos?
- ¡Claro que sí!
- Adiós a todos y gracias de nuevo
- ¡buen viaje muchachos! Y que lleguen pronto – respondió el comisario –

Salimos de los predios de la comandancia y frente a la plaza juntamos de nuevo nuestras manos: ¡Victoria y Gloria! Era nuestro tercer día que gustosos iniciamos.
A las afueras del pueblo nos detuvimos a desayunar..¡Qué suerte!...Aquel día lo pudimos hacer.

- ¡Buenos días señor!
- ¡Buenas! ¿Qué van a comer?
- Para empezar, sírvanos 20 empanadas.
Repetimos la ronda y ya satisfechos continuamos.

- ¡Qué lindo es todo esto! – Dije y proseguí - No me importa el cansancio ni el dolor, sabiendo y sintiendo que también soy dueño de todo esto que nos rodea. No cambiaría estos momentos por nada del mundo.

Ellos no parecían hacerme caso, ya que iban entretenidos en otras cosas que les parecían más interesantes, aunque hoy sé que también se sintieron poseídos por el misterio y el encanto de la madre naturaleza, que ahora, nos mostraba a lo lejos, distantes y difuminadas montañas, flotando en un humo azul, esperándonos con los brazos abiertos para decirnos que, detrás de ellas estaba la gran llanura que debíamos atravesar.

Bajábamos por la carretera, muy a gusto, silbando y cantando hasta terminar en risas, que hacían perfecto juego con el choque majestuoso del agua sobre las riveras del río, que bajaba bordeando la carretera.

- Wasim, chamo, se me ocurre un juego – irrumpió Alexander –
Después de explicarnos su mecánica lo empezamos a ejercitar. Gracias a este jueguito sufrí otro disgusto; admito que por tonterías. Sin pensarlo mucho tomé la delantera, para no mirar a nadie, como queriendo perderlos. No tuve mucho éxito en esto, ya que ellos traían un buen ritmo de caminata.

Habiendo llegado al puente de donde se derivan las vías que conducen a Pueblo Llano y Las Piedras, nos cruzó una caravana de autos que coincidieron casualmente a nuestro encuentro...Y ¿Qué pasó? Que casi se me paraliza el corazón, cuando volví la vista, un poco indiferente, hacia la carretera. Vi un autobús pasar frente a mí, y allí iba aquella chica que el destino me había hecho conocer y perder...amiga. Era su espíritu, el que me sonrió. Sentí su presencia en cada paso que di. Sus caricias, en cada soplo del viento...Sí era ella...Lisbeth, la misma que despojó su condición humana, por voluntad del Creador y ahora inmortal, reía conmigo en los ratos de alegría, pero también lloraba, al verme hundido en la tristeza y depresión que causa la carretera, en medio de una profunda soledad, acompañada de fuerte lluvia y hambre. Razones estas más que suficientes para recordarla y seguirla queriendo, más allá de la muerte...¡Por ti amiga!

Estos fueron mis pensamientos, mientras veía perderse entre las curvas aquel autobús, mensajero del destino. No pude resistirlo y empecé a llorar, sintiéndome solitario y desconsolado, igual que lloraba en los brazos de mi madre cuando era un crío. No dejé que los muchachos vieran mi rostro húmedo. Caminé adelante lo más rápido que pude hasta que estuve más calmado. Me dio alcance Félix, que venía muy rápido. Juntos llegamos a la represa.

- ¡Oye Félix! - Hablé llamando su atención – ¿Cómo se llama esta represa?
- Es la represa General José Antonio Páez...¡Qué grande! ¿Verdad?
- Sí, es inmensa. Hay que ver las cosas que puede hacer un hombre: una represa gigante e ir caminando desde Mérida hasta Caracas.
A partir de ese momento no se dijo nada más. De hecho, Félix no hablaba mucho y francamente, yo tampoco quería hacerlo. Cerré mi chaqueta y apresuramos el paso para llegar hasta una alcabala de la Guardia Nacional que ya estaba próxima.

-¡Buenos días! Saludaba Alexander al comandante, para pedirle que firmara y sellara la hoja de nuestro registro de marcha.
-Caramba...ustedes sí las tienen bien puestas – Dijo el comandante-
- ¿Qué? – pregunté.
- ¡las pilas, hombre! Respondió él.
Riendo, me acerqué a la patrulla de nuestra escolta, que traía los medicamentos, pero Seniel se me adelantó con el bálsamo y la crema para el sol que yo también quería tomar. Esperé mi turno, bebiendo unos tragos de agua, recostado en la patrulla.

De nuevo listos y con mejores deseos, continuamos. Quise perseverar como buen escalador y me desprendí del grupo a los pocos kilómetros de la partida. Subí las cuestas como si me hubiesen adherido propulsores, saludando a los viajeros que también me saludaban. No quería distraerme porque me retrazaría. Solo miraba la carretera pasar bajo mis pies. A mi derecha, una gran cantidad de flores silvestres que perfumaban el esfuerzo. Una flor en especial me recuerda aquel día: la sutil y fina orquídea; símbolo de la majestuosidad y la victoria, con la cual nunca dejé de soñar, paso a paso, día a día.

En una capilla, recuerdo de una vida extraviada en la carretera, me dio alcance Félix, que no se resignaba a ser el segundo en el ascenso; así que marchamos hombro con hombro, con una misma idea en la cúspide de nuestro pensamiento...¡Llegar!

Las consecuentes curvas ponían un telón a nuestro cansancio para distraerlo; ya lo estábamos notando. Como todo esfuerzo tiene su compensación, sabíamos que estaba cerca la raya divisoria de Mérida y Barinas; así nos dijo el vigilante motorizado del próximo estado, que se había comunicado por radio con sus camaradas merideños:

-¡Hola! ¿Son ustedes los caminantes?
-¡Claro que sí!
-¿Son dos solamente?
- No, faltan tres que vienen atrás.
- Ya les falta poco para llegar a la raya. Allá los esperamos, porque aquí estoy fuera de mi jurisdicción.
- ¡Muy bien! Allá nos vemos.
Dicho esto se alejó en su motocicleta.

- ¿Viste Félix? Ya estamos a punto de pisar Barinas – dije- Dios mío, nuestro primer Estado, cruzado en unos minutos.
Estallé de alegría y estreché, tan fuerte como pude, la mano de mi compañero.

No había espacios para más pensamientos, porque en la raya empezaríamos el descenso hacia Barinitas, la tierra de Wasim; por esta razón, tumbamos nuestros cuerpos en un ritmo mucho más acelerado...Caminar y caminar, hasta que un letrero decía: “Bienvenidos al Estado Barinas”. Al verlo, di un gran brinco de felicidad y una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Mejor aún, fue el ver la patrulla de Transito de Barinas y la misma motocicleta que unos minutos atrás había venido a nuestro encuentro. ¡Qué felicidad! Rematé los últimos metros con paso de vencedor, pasando a Félix y llegando en primer lugar, por lo que le agradecí en silencio al Todopoderoso.

Había varios nativos del lugar, curiosos y sorprendidos por lo que sus ojos veían...unos muchachos viajando a pié.
-¿De dónde vienen? – preguntó uno de ellos.
-¡De Mérida!
Fue todo lo que alcancé a responder, porque caí como una hoja, para descansar, manteniendo los pies en alto contra la pared, mientras veía llegar al resto de mis compañeros: Seniel, Wasim y Alexander...¡Todos llegaron!
En una bodega de camino, que para nuestra conveniencia quedaba justo en ese sitio, almorzamos con refrescos, panes y salchichas, hasta saciar toda el hambre...que por cierto, era mucha.

Llegaba el momento por el que no queríamos pasar: despedir a nuestros amigos de tránsito de Mérida. Era inevitable. Expresamos en nuestros abrazos la mayor gratitud del mundo y algo mas...nuestra sincera amistad, que en tres días de gran labor se supieron ganar...¡Hasta luego!

Nuestros amigos también sintieron tristeza. Lo afirmo porque lo pude percibir. Sé que si hubiese estado en sus manos, nos hubiesen acompañado hasta la meta. De igual forma sintieron satisfacción al saber que habían cumplido con su misión...Los vimos alejarse. Al mirar como su auto se desvanecía en la carretera, también divisé las cercanas montañas que habían cobijado nuestra marcha por el páramo. Les grité en silencio: “Amigas, les prometo que llegaremos y volveremos para contárselo”. Esto me dio un poco de melancolía, pero...¿Qué más da? Debíamos seguir, Así que, motores encendidos y pies listos, continuamos. Marchábamos ahora juntos, intercambiando opiniones, al saber que podíamos señalar en el mapa nuestro primer Estado conquistado.

A partir de ese momento la marcha se hizo muy dura y solo pensábamos ¿Cuándo llegaremos? Mis zapatos empezaron a apretarme y mi garganta pedía agua a gritos. Cada uno sentía un peso encima y sin poderlo aliviar; solo hacíamos grandes esfuerzos por sostenernos, y por fortuna lo supimos hacer.
No lo olvido. Era un domingo, dos de agosto. Lo conformaron mis oídos, al pasar frente a una iglesia, en un caserío, y escuchar al sacerdote en su homilía dominical, a través de los parlantes que la pequeña capilla exhibía en su exterior:

“Pronto tendremos las primeras comuniones. A los padres les digo...no hace falta un lujoso vestido; basta con el espíritu bien dispuesto”. Fueron estas las palabras que escuché del presbítero cuando pasamos por allí; mismas palabras que me hicieron recordar mi infancia.
Después de dejar atrás la iglesia, junto a una breve oración, volví la vista hacia atrás y vi a Félix que venía muy próximo. Los otros tres se quedaron de nuevo, y dije: “Vente, vamos a darle duro; así tendremos un tiempito para descansar más adelante, en un sitio donde encontremos agua”. Dicho y hecho.
“Uy mi pana...lo que viene es agua” dijo Félix. Yo le respondí “Caramba...otra vez va a llover”- Él continuó- “Ni lo dudes. Yo no lo llamaría profecía, porque con este clima cualquiera es profeta”. A pocos metros de allí...¡El chapuzón!, pero con ropa...20 minutos de intensa lluvia, mas no con la suficiente fuerza para detenernos; ya estábamos acostumbrados.

A buen ritmo de campaña, en los predios de una venta de chorizos, nos detuvimos.
-Vamos a esperarlos.
-Era exactamente lo que te iba a decir.
Me senté y sentí como si mis piernas quisieran hablarme, pero no las quería escuchar, así que, antes de que lo hicieran, me puse a darles masajes.
-¡Mira! - Habló Félix – allá vienen.
-Respondí: Ya los veo...tan tranquilotes y hasta vienen riéndose...ojalá no sea de nosotros.
-Seguro que de ambos.
-No me resulta nada raro.

Alexander habló primero:
-¡Uy chamo...Ustedes como que traen un Turbo en el trasero!
-¿Porqué? Pregunté, haciéndome el despreocupado.
-Vienen muy rápido. A ese ritmo, pasado mañana estarán en Caracas.
¡Bah! No le hagas caso al Gorditus Mandoni.
Me pareció muy aburrida la conversación, así que opté por mirar la tiras de chorizos, que eran mucho más interesantes en aquel momento. Luego “Ya es hora de que marchemos”, refirió Alexander.
Sentí nudos en mis pernas. Al levantarme dolían mucho. En marcha progresiva, se fueron dilatando los dolores, al poseer de nuevo el calor de la actividad. Mis amigos, salvo Félix, venían en la cocina, que según nuestro código, significa: “Parte trasera de la carretera”.
La formación que traían los rezagados, se rompió, cuando Wasim quiso alcanzarnos y lo logró; por unos instantes estuvo con nosotros, auto-animándose y entusiasmándonos, diciendo en cada momento “Ya estamos cerca”. De verdad, le dábamos crédito porque era nativo de nuestra próxima meta. Nos cansamos de que dijera siempre lo mismo. Decidimos botarlo, y lo hicimos sin muchas contemplaciones.
Solos en la vía, Félix y yo, alcanzamos curvas, cruzamos recatas, y por último el triunfal ascenso... “Bienvenidos a Barinitas”.

-Dios mío, eres grande... ¡Vengan esos cinco, hermano querido! Exclamé, lleno de júbilo.
Por fin veíamos la culminación de nuestra tercera cruzada, después de casi 60 kilómetros recorridos. Decidimos esperar a los demás, mientras ajustaba mi reloj, para tomar el tiempo de delantera: exactamente 22 minutos. De nuevo estábamos juntos los vencedores de aquel día.
Wasim ya estaba en sus dominios. Muy gentilmente se había comunicado por teléfono con su familia, para preparar nuestra estadía en su casa. Antes de ir allí, pasamos por la comandancia policial, para sellar la hoja que certificaba nuestra entrada a Barinitas. Después de hecho esto, por fin a descansar.
-Pasen sin vergüenza alguna. Ésta es su casa también - dijo Wasim- Luego nos presentó a su hermano.
-¿Y tus padres? –preguntamos-
-Llegarán más tarde, porque fueron a visitar a un familiar a Pedraza. Pónganse cómodos.
No había terminado de decirlo, cuando ya estábamos sentados en la sala, quitándonos los zapatos , que parecían verdaderas esponjas.
-Bueno...lo primero será preparar la cena – dijo Alexander -.
Él era nuestro cocinero mayor, se había ganado ese título porque preparaba la comida en un santiamén...era admirable.
Aquella modesta y acogedora casa nos recibió y nos brindó su mayor hospitalidad, que bien merecida y gustosos compartimos aquella noche. Por último, llegó la hora más esperada: dormir. Lo hicimos en un mar de colchones, en el recinto del negocio del padre de Wasim...¡Qué placentero!




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