Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

9/12/08

Capítulo V

03 de agosto de 1.987

El sol de Barinitas lucía muy prometedor aquel día. La gente acudía a las calles para ir a su trabajo, y nosotros, con nuevas energías, esperábamos ansiosos a los vigilantes...nuestros incansables colaboradores.
Mientras mis compañeros sostenían una entretenida conversación con la madre de Wasim, yo estaba sentado afuera, sobre el montón de equipaje, en el suelo, casi acostado y meditando:
“Será posible, Dios, que con estos pedacitos de carne y hueso que me diste pude llegar hasta aquí? Realmente el hombre no sabe de lo que es capaz. Espero, Señor, que me des la suficiente fuerza en el cuerpo y el espíritu, para poder llegar hasta la meta. Esa fuerza que me has dado hasta ahora”.
También imaginaba los lindos paisajes que se abrirían a nuestro paso por la inmensa llanura: Barinas, Portuguesa y Cojedes. Pensaba en ese lindo horizonte que se mira a lo lejos, en una ojeada, perdida en la inmensidad de aquella tierra. En los rebaños de ganado, en las manadas de corocoras y garzas blancas, en los inmensos árboles que se levantan en la mitad de un pastizal. Todo esto me llenaba de una gran emoción, y me hacía sentir con más fuerza para ir en busca de esa linda fantasía, y no solo eso, porque tampoco podía apartar de mi mente a esa bella joven que vieron mis ojos, el día anterior, en aquel puente. El corazón me decía que se encontraba en algún lugar de la región...También por ella.
Me conformaba con preguntarme a mí mismo, al llegar a cada sitio ¿Será aquí donde la encontraré? Puede ser que la vea; sería mi mejor recompensa. No quiero culpar de ésto a nadie, solo al destino, si es que existe.
De tanto pensar me quedé dormido por un momento. Se presentó un vigilante de tránsito, que venía en su motocicleta a cumplir su misión:
-¡Buenos días joven! ¿Todavía cansado?
-No, solo estaba agarrando una ñapita, pero ya estamos listos.

Luego llegó la patrulla que nos trasladó hasta la partida, a las afueras de Barinitas. Wasim recibió la bendición de su madre:
-Hasta luego hijo ¡Cuídate mucho!
En la sede de la comandancia vial sellamos nuestra salida y recibimos los respectivos chalecos de prevención...¡Victoria y Gloria! Y allá vamos.
Todos en fila india o columna Timotocuíca, como alegremente decíamos, comenzamos, un 03 de agosto, con el día despejado e indicios de calor.
-¡Qué bien! Hoy llegaremos a Barinas – Dijo Wasim – y pregunté:
-¿Cómo es el camino?
-Puras rectas...las curvas se quedaron en Mérida.
El tráfico automotor era más denso y a altas velocidades, que después de todo, nos refrescaba. Llevábamos un paso muy firme, como de competencia. Una línea de 05 hombres se extendía a lo largo de la vía, y tal vez, podíamos leer las mentes de quienes nos veían...¿Qué es ésto? ¿Será una competencia? ¿Porqué vienen cinco solamente? ¿Estarán pagando una promesa?
Muy pocos eran los que sabían y decían: “Ahí van los caminantes de Mérida”. De vez en cuando escuchábamos una voz que se perdía en el viento, diciendo: “Adiós muchachos...que lleguen pronto”, o “Denle duro que sí van a llegar”.

Tomé la iniciativa de la marcha y me fui la cabeza, cruzando varias rectas; algunas tenían más de cuatro kilómetros, y de verdad, era agotador. Mis aspiraciones de puntero se vinieron abajo, cuando en una bajada, que terminaba en prolongada curva, me adelantaron Seniel y Wasim. No pude hacer nada para conservar mi posición, ya que ellos traían una velocidad mejor que la mía. Era admirable ver que a cada paso que daban, parecían cobrar nueva fuerza. Desde allí se mantuvieron en la primera posición de la marcha.
Opté por quedarme en la tercera posición; después de todo, no era la peor. Me puse a mascar uno que otro recuerdo. Pensaba en mi casa, en padres y hermanos. Sabía que estaban bien; el corazón me lo decía. Pensé en llamarlos por teléfono, al llegar a Barinas, pues hasta ahora no lo había hecho y sentí su preocupación.
Divisé aquellas palmeras, cargadas con su fruto y recordé la entrada a Santa María de Caparo; aquel lindo pueblo donde dejé varios amigos y tejí mis primeras ilusiones juveniles. Hermoso lucía aquel río, que cruzamos a pleno sol, y que a todos nos produjo ganas de bañarnos...¡Dios, cuánta belleza, cuántos recuerdos!

Aquel conjunto de bellos matices complementaban nuestros pensamientos y hacía más fuerte nuestro escudo, que era nuestro varonil aliento. El bravo sol llanero empezaba a hacer acto de presencia, como si quisiera recordarnos su soberanía. Como consecuencia de esto, sentíamos mucha sed y el vapor de la carretera nos quemaba. De nuestro lado, se encontraba nuestro amigo motorizado, que venía de vez en cuando con una garrafa de agua, la cual saboreamos hasta la última gota.
Me estaba quedando solo. Supe que un hombre puede morir de soledad, y que una pesada carga se lleva mejor entre varios...¡mejor los alcanzo! Doblé mi paso, y a pesar de que Wasim y Seniel se encontraban a no más de cien metros, para alcanzarlos, tuve que mantener un ritmo muy fuerte, durante aproximadamente tres kilómetros. Ellos vieron mi esfuerzo y decidieron ir más lento, aceptando mi compañía. Una vez los alcancé, les pregunté:
-Wasim ¿Cómo haces tú para no sentir cansancio? Y me respondió.
-Pienso en que quiero llegar rápido a Barinas.
Me quedé pensando en qué debía decirme a mí mismo, pero salí de mis reflexiones cuando sentí una mano tocar mi hombro; era Félix, tenía dolor.
-¡Chamo!
-¿Qué?
-Me duele mucho el tobillo y no puedo afianzar bien el pié.
-¡Mierda! Lo traes muy hinchado ¿Te caíste?
-No. Me lesioné jugando fútbol...en Mérida.
-¿Y vienes así desde allá?
-Claro ¿Y de qué otra forma?
-De verdad eres guapo, pero si sigues caminando así va a ser peor...¿Porqué no esperamos la patrulla y te montas? Yo lo veo muy delicado.
-Déjalo así...Yo quiero llegar.

Francamente me sentí amilanado ante tanto valor. De allí en adelante no se quedó atrás. Cosas como ésta eran las que nos hacía derrochar gallardía y sentir ganas de besar y hacerles un altar a nuestros criollamente llamados... ¡Cojones!
Alexander venía retrazado. Por ser gordo, era más lento...no con menos aspiraciones; con las mismas de los cuatro, siempre llegaba.

Ya nosotros, que estábamos de primeros, escondíamos los sufrimientos de la contienda, mediante conversaciones graciosas, grotescas y de cualquier otro tipo. Siempre era Wasim el primero en hacerlo: la mayoría de las veces personificaba a un campesino de los Andes, y ahora en el llano...al llanero.
-¡Uy camarita!...y les digo cámara porque lo de compadre se quedó en gochilandia.
Y así inventaba las mil y una cosa para hacernos reír. En un momento que nos quedamos en silencio, nos sorprendimos todos, al ver que una camioneta se detuvo delante de nosotros; sus puertas se abrieron rápidamente. Mayor fue nuestro asombro cuando vimos bajar del vehículo a Yaquelín y Coromoto; dos de neutras compañeras de las clases de actuación. Ellas vivían en Barinas y al enterarse de nuestro paso por allí habían ido a recibirnos para felicitarnos. A cada uno le dieron su respectivo beso y nos dijeron que nos esperarían en la redoma de entrada de la ciudad, porque ese día almorzaríamos en su casa...¡Qué bien!

Una vez que se montaron en la camioneta y arrancaron, ya no queríamos otra cosa más que llegar a Barinas lo antes posible...así que ¡Duro muchachos! A buen tiempo avanzamos en columna, llegando a cada escasa curva y conquistando las numerosas y largas rectas y, “Hay que ver de lo que es capaz el hombre cuando un buen sentimiento lo domina”. Ese fue el pensamiento que me ayudó a llegar aquel día; para Wasim, lo fue el beso de las chicas.

Justo a las 12:00 M pasamos frente a las instalaciones de una compañía petrolera, que bien pude conocer en mi estadía en el Zulia. Se asomaban las primera pasarelas y los letreros de reducción de velocidad, anunciando la proximidad de los suburbios, pero antes...La Redoma.

Así fue que llegamos: primero Seniel, solo en la delantera y con buena ventaja. En segundo lugar entramos Félix y yo; él apoyado en mi hombro, por su lesión, pero siempre mirando al frente. Alexander y Wasim llegaron de terceros, muy tranquilotes y conversando, como si se tratase de un tour.

Gracias a Dios estábamos juntos de nuevo. Allí fuimos premiados con nuevos besos de las chicas que estaban esperándonos. También por las fanfarrias de los vigilantes de tránsito que hicieron un carnaval con pitos, sirenas y luces de sus patrullas.

Lo primero que queríamos hacer era tomar sendos refrescos bien fríos. Contamos con la suerte de conseguirlos allí mismo. Luego rompió el silencio Yaquelín:
-¡Vamos!...en mi casa les espera el almuerzo.
Alexander habló enseguida:
-Gracias mi niña, pero será después de hacer unas diligencias...y así fue. Visitamos dos estaciones de radio. Recuerdo una: Radio Barinas. Dos diarios locales: La Prensa y El Espacio. Concluido esto, ahora sí...¡A comer!

Frente a la casa de Yaquelín, desmontamos de la patrulla y tratamos de acomodar un poco nuestra indumentaria. De hecho fue difícil, pues veníamos de caminar muchos kilómetros bajo el sol. Nuestra anfitriona habló:
-Pasen chicos. Están en su casa.
-¡Gracias! Contestamos.
-Siéntense y pónganse cómodos, mientras les traigo algo para que se refresquen.

Allí esperamos tranquilos, comentando lo acontecido aquel día. Yo preferí no hablar, porque siempre o casi siempre hacían chiste de lo que yo decía. En aquel entonces me costaba entenderlo y, de hecho, me trajo algunos conflictos con mis compañeros.
Me quedé sentado, casi alcanzando el sueño, como envuelto en un éxtasis. Vi cruzar cien pensamientos frente a mí. Recordé la oscuridad de la madrugada del primer día de caminata, la tristeza que sentimos al partir, la primera noche en Mucuchíes y la segunda en Santo Domingo, el puente donde tuve aquella visión, sentía mi ropa húmeda por las torrenciales lluvias que nos sorprendieron en plena marcha.

También recordé a mis lindas montañas; primero con frailejones y luego con orquídeas. El azul del cielo, que había aprendido a querer y a mirar de una forma más cotidiana, al saber que ahora era fiel testigo de lo que hacíamos, y contribuía también a colorear nuestra ilusión.

Aquellos minutos fueron un lindo sueño y un retroceder en el tiempo, en la única máquina que existe para hacerlo: la imaginación; esa alegre golondrina a la que dejé volar, sin tiempo ni espacio.

Me incorporé al interés común una vez que sirvieron la mesa. Estaba muy bien dispuesta y dejaba ver el cariño con que la habían preparado. Para muestra un buen olor y buena sazón.

Todos comíamos muy a gusto, un poco exagerado diría yo, pero más que complacidos. Hablábamos muy poco y, cuando lo hacíamos, era para poner de manifiesto nuestro gran apetito. Terminamos el almuerzo y fuimos a la sala, en donde esperamos a la patrulla que nos llevaría a realizar las diligencias faltantes. Una de ellas era buscar hospedaje, en lo que invertimos lo que quedaba de tarde.

Gracias a su bondad y espíritu de solidaridad, Defensa Civil de Barinas, a través de su Directos, nos brindó posada aquella noche. La cena fue excelente también...¡qué bello recuerdo nos llevamos de Barinas!

En la tranquilidad de la habitación, con un poco de calor, aliviábamos nuestros dolores, con bálsamos y masajes. Me gustaría decir auto-masajes, para prevenir cualquier suspicacia. Félix nos preocupaba. Su tobillo estaba muy hinchado, pero él era muy valiente. Lo vendó con la certeza de que amanecería mejor.

Nos acompañó un miembro de Defensa Civil, encargado de la radio aquella noche. Nos hacía varias preguntas al no poder esconder su curiosidad por lo que hacíamos. Finalmente, vencidos por el cansancio, caímos en el más profundo de los sueños.





Diario La Prensa. Barinas. 04 de agosto de 1987.

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