Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

16/12/08

Capítulo IX. Llegada y regreso

7 de agosto de 1987.

5:30 AM. Con las maletas hechas, estábamos sentados frente al gimnasio, a la espera del patrullero que no tardó mucho en llegar. Como era costumbre, dimos inspección a todo el equipaje: implementos y medicinas. Por último, nosotros.

Félix debía guardar otro día de reposo. Seniel estaba en buenas condiciones. Alexander también lucía bien. Wasim se preocupaba por unos calambres que lo acosaban. Solo faltaba yo, que seguía herido, pero aún así, gracias a Dios podía caminar.

-Muchachos ¿Hacia donde vamos? –preguntó el vigilante.
-Llévenos hasta la salida de la ciudad, pero antes a un sitio en donde podamos desayunar.
-¡Entendido!

Así lo hizo. Nos llevó hasta una estación de servicio que permanece abierta las 24 horas del día. Allí probamos el primer pan. Luego, nuestras manos se anudaron para sentir en una sola la victoria y la gloria que profesaba nuestro grito. En verdad así fue que todo sucedió. Cada paso me trae un recuerdo, cada recuerdo me trae un paso. Cuando cae por mi frente una gota de sudor, también me recuerda que muchas como ella cayeron en agosto de 1987. Algunas veces pienso en que me gustaría volver a vivir algo así.

De Guanare partimos aquella mañana, rumbo a nuevas penas y alegrías, aunque francamente puedo decir que no hubo nada malo, porque hasta la sangre, las lágrimas y el hambre fueron benditas.

Muchas fueron las metas alcanzadas a partir de aquel día. Se sumaron lindos recuerdos, que se grabaron como relieves en nuestros corazones para evocarlos día y noche.

En Ospino dormimos el cansancio del 7 de agosto, en la escuela granja, con la admiración y el cariño de los niños que allí estaban en un plan vacacional. Ellos nos prometieron que dirían un no rotundo a las drogas. Mantuvimos una sencilla pero amena reunión con el comandante policial de aquel lugar, quien nos manifestó todo su respaldo.

En Acarigua, bella ciudad, disfrutamos de la inigualable hospitalidad de nuestra compañera y amiga Mélida Suárez. Estudiaba actuación con nosotros en Mérida. Ahora estaba en casa, disfrutando de sus vacaciones. El almuerzo ofrecido fue maravilloso, suculento y abundante, tal como el amor que nace de su corazón.

Otro corazón grande fue el que vimos en San Rafael de Onoto. La estadía fue auspiciada por el Alcalde del pueblo. Recordamos una magnífica cena, con música llanera incluida. También nos condecoraron (única vez) entregándonos unos diplomas de honor, que por cierto, olvidamos empacarlos y se quedaron en el dormitorio.

Como todo no puede ser armonía, en San Carlos, Cojedes, fuimos vejados por una oficial de la policía, cuando acudimos al comando y solicitamos hablar con el comandante. Nos dijo que no parecíamos estudiantes, sino malandros, y que de ninguna manera nos alojaría en “su” comandancia. Negó la presencia del Coronel. Luego la arrestaron (qué bueno) Fue Defensa Civil, otra vez, la que nos salvó la vida aquella noche.

El Director de la institución, en persona, nos buscó y llevó hasta el alojamiento. No solo nos dieron alimentación; además de esto, nos entregaron una caja con las medicinas que más necesitábamos. Mayor sorpresa fue, al día siguiente, ver un vehículo de Defensa Civil, como segundo escolta. Nos acompañaron hasta la siguiente meta: Tinaquillo.

El mejor recuerdo de Tinaquillo fue la generosidad del Cuerpo de Bomberos. Allí cambiamos de patrulla. Nos recibió un vigilante de Tránsito del Estado Carabobo. Mi herida comenzaba a cerrarse.

Aquel día también fue memorable. El patrullero que nos fue a buscar a Tinaquillo, que tenía la misión de escoltarnos hasta la comandancia policial de Valencia, nos dejó botados, en pleno Campo Carabobo. Detuvo la patrulla, bajó nuestro equipaje y se fue. Nos quedamos en plena carretera, mirándonos con asombro y en completo silencio.

Gracias al ejército y a la policía de Campo Carabobo, pudimos arribar a nuestro destino. En Valencia permanecimos dos días. La Dirección de Política de la Gobernación nos dio autorización para comer en El Modena...exclente restaurante. Fue la primera vez en toda la marcha que comimos tan sabroso, abundante y seguido. No quiero recordar el monto de la factura. En Valencia celebré mi cumpleaños número 19...caminando.

Muy dura fue la etapa hasta Maracay. Verdaderamente extenuante. La autopista parecía interminable. Fue un día muy soleado. Wasim volvió a llegar de primero. Luego caminamos hasta La Victoria, para llegar a Paracotos. Allí tuvimos otro rato para compartir con nuestros amigos de la Policía. Nos recibieron con agrado y generosidad. Esa noche en Paracotos fue extraordinaria. Recuerdo que luego de la cena, dimos un paseo por la plaza. Hacía frío y había algo de neblina, que hacía un efecto extraordinario sobre la luz de los faroles...¡Qué mágico!

Llegó la tan esperada mañana: La última etapa. Salimos de Paracotos a las 6:15 AM aproximadamente. Algo había de diferente ese día...se sentía en el ambiente. Caminamos por rectas y curvas, subidas y bajadas, hasta que pudimos divisar a lo lejos el sueño de 18 días: la Gran Caracas.

Aún faltaban varios kilómetros para llegar, pero en cuanto la vimos, no pudimos evitar gritar de la emoción. Nos sentimos muy felices. Para ese momento, Félix ya venía caminando con nosotros.

Luego de un tiempo y miles de pasos, llegamos a la bajada de Tazón. allí me fallaban las fuerzas. Caí tres veces, pero me volví a levantar, ayudado por un suero de zanahoria que me hicieron beber mis compañeros. Me sentía mareado. Cuando entramos a Caracas, todo cambió.

Vi cómo llegaban motocicletas de tránsito y la policía, para hacernos compañía y escolta. En total conté 12 a la izquierda y 12 a la derecha... 24 motocicletas haciéndonos una calle de honor. También se sumaron dos autos patrulla y hasta un helicóptero de la Policía Metropolitana se acercó a ver la novedad. El recorrido se hizo más interesante. Felicidad, euforia, júbilo y todo lo que se asemeje, fue lo que sentimos en medio de aquellos pasos que parecían una marcha hacia la cima del mundo.

Los autos se detenían súbitamente. Los conductores y pasajeros nos observaban con mucha curiosidad. Algunos chocaron. Lamentablemente los medios masivos de comunicación no nos habían apoyado mucho. Por tal motivo, el público no conocía lo que estábamos haciendo. Nos preguntaban que si era una competencia, que si éramos presos redimiendo una condena, que si se trataba del pago de alguna promesa...en fin.

Este conjunto de emociones aniquiló por completo todo nuestro cansancio. Como por arte de magia, nos sentimos con una fuerza extraordinaria. Avanzamos a paso de vencedores. Qué fascinante era ver a nuestros amigos de la policía deteniendo el tráfico para que pasáramos nosotros, con nuestra gran caravana de escoltas. Calle tras calle llegamos hasta una pendiente, que era recta. Conquistamos la cima y allí estaba...El Palacio de Miraflores.

Cuando estuvimos frente al palacio, brincamos de la alegría, gritamos ¡Victoria y Gloria! Nos abrazamos y, si no me falla la memoria, creo que hasta lloramos.

Luego de que pasó la efervescencia del momento, los periodistas que allí estaban nos preguntaron lo que estábamos haciendo y al escuchar nuestra respuesta soltaban carcajadas. Sus risas fueron peor que pedradas. Ninguno quiso hacer ni una miserable reseña del acontecimiento.

Nos recibió un capitán de la Guardia de Honor. La meta era hablar con el Presidente Jaime Lusinchi. Él no nos atendió porque estaba muy ocupado, resolviendo el problema del barco de guerra colombiano que había entrado en aguas del Golfo de Venezuela. Nos refirió a la Comisión Contra el Uso Ilícito de las Drogas (CONACUID). Allí nos entrevistamos con el doctor Bayardo Ramírez Monagas y mantuvimos una agradable conversación.

Posteriormente, nos llevaron al Llanito, a la comandancia de Tránsito Terrestre, donde estaba la oficina del General (GN) Domingo Antonio Rojas García, padrino de la caminata. Una vez en el lugar...

-¡Hola muchachos! Qué bueno que ya llegaron...¡Pasen!
-Fórmense aquí al frente y déjenme verlos.

Así lo hicimos. El General fue saludando, con fuerte apretón de manos, a cada uno de los caminantes. Hasta nos paramos firmes ¿Qué tal? Luego se sentó y preguntó:

-¿Quién llegó primero?
Respondimos...
-Todos llegamos al tiempo, General.
-Déjense de hablar mierda. Alguno llegó primero...¿Quién fue?

Para complacer su petición, le dijimos que fue Wasim; total, el se lo ganó.
El General se rió, se levantó de su silla, le dio otro apretón de manos a Wasim y le dijo:

-Tu eres doblemente vergatario ¡Te felicito!

Luego nos presentó al comisario Pulido, su ayudante. Le dio instrucciones para nosotros. Pulido nos pidió que lo siguiéramos, luego de despedirnos del General. Nos asignaron una buseta de tránsito, con un chofer a nuestra disposición durante tres días. Fuimos alojados en el comando de Puente Hierro, junto a los vigilantes de Tránsito. Dormimos en su cuadra y comimos en su comedor.

Visitamos canales de televisión para dar a conocer nuestra historia. No nos recibieron. No nos creyeron. Los dos canales más grandes de aquella época nos cerraron sus puertas. Nuestra historia tuvo un breve espacio en televisión gracias al canal del Estado, y a la entrevista que nos realizó el amigo Max.

Esos tres días en Caracas los dedicamos más que todo a hacer diligencias informativas, pues queríamos gritarle al mundo lo que nadie quería creer. No hubo mucho esparcimiento, como en algún momento lo soñamos, pues se había acabado el dinero. No teníamos ni medio. Soñamos con volver a Mérida en avión. Una gran rueda de prensa a nuestra llegada ¿Por qué no? Pero una vez más los sueños distaron mucho de la realidad.

Pulido nos mandó con un vigilante al terminal del Nuevo Circo. El patrullero detuvo, a la salida, los buses que iban para Mérida. Montaba a un caminante en cada autobús, en intervalos de media hora, diciéndole al chofer “Llévate éste”. Muy tarde nos dimos cuenta de la artimaña, pues el General había entregado dinero a un funcionario para que nos comprara el pasaje, pero se perdió...¡ Que carencia de progenitora!...Sigo buscando la clasificación de este roedor.

¡Qué ironías tiene la vida! Me dije cuando caminaba por el pasillo del autobús que me asignaron. Estaba lleno; por lo tanto no había ni un puesto disponible. Me devolví a la parte delantera y le pregunté al chofer que si podía viajar allí, parado. Dijo que no había problema, y que así le podía servir un cafecito de vez en cuando.

Ya era de noche. Veía pasar los kilómetros, en la carretera que conquistamos a fuerza de pié. Ahora la volvía a recorrer, de regreso y parado en un autobús. Me perdí en los recuerdos. Sentí nostalgia. Me hubiese gustado que ese viaje de regreso sirviera para comentar con mis compañeros todas esas reminiscencias, acumuladas día tras día.

En aquella época todavía existía la peligrosa ruta de autobuses por la carretera del páramo. En la subida de aquellas montañas el autobús se recalentó. Me ofrecí de voluntario para buscar agua en una quebrada que se veía a escasos metros de donde estacionamos. Mi sorpresa fue reconocer aquel riachuelo...fue el mismo de donde tomé una piedra, que llevaba como trofeo y recuerdo, en mi maletín... ¡Cuánta nostalgia!

Amaneció y llegamos a Mérida. Ahora sí me sentía destrozado. Mitad cansancio y mitad tristeza. Cuando bajé del autobús no sabía qué pensar. Me sentía tan débil que mi mente me jugaba unas malas bromas. Llegué a pensar que había muerto y que yo era un fantasma. Luego pensé que estaba soñando y que despertaría en la cama de alguna comandancia policial. Aún así, tomé la buseta para ir a casa.

Cuando llegué me recibió mi hermano. Estaba solo. Me abrazó y felicitó. También me dijo que me veía terrible...y era verdad. Estaba quemado y había perdido cerca de 20 kilogramos de peso, en solo 18 días.

Entré a mi habitación y me desplomé sobre mi cama. De allí en adelante no recuerdo mucho. Solo sé que dormí días y noches, despertando para comer; luego volvía a dormir. En eso pasó una semana. Ya me sentí mucho mejor. Recordé que mis compañeros me contaron que nos habían robado la cámara fotográfica. Se habían perdido todas las evidencias gráficas de nuestra caminata. Me detuve a pensar en que sería injusto que toda nuestra historia se esfumara.

Haciendo caso a mis pensamientos, tomé un cuaderno y sentí unas ganas inmensas de relatar todo lo que había sucedido, para que quedara constancia de nuestra batalla y triste victoria. La gloria radica en el hecho de saber que, seguimos los pasos de Simón Bolívar, sólo que él lo hizo a caballo y nosotros a pié. La nuestra fue otra campaña admirable. La diferencia fue que para los caminantes de Mérida no hubo Tedeum.

Gracias por caminar conmigo.
¡Victoria y Gloria!



Diario de Caracas. 24 de agosto de 1987.

1 comentario:

Juan Carlos Contento García. dijo...
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