Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

9/12/08

Capítulo VI

4 de agosto. Primera herida.

Luego del desayuno, también cortesía de Defensa Civil de Barinas, fuimos hasta un kiosco que se encontraba en la esquina del restaurante, para comprar los periódicos y verificar nuestra entrevista del día anterior. Gracias a nuestros amigos periodistas, que hicieron un magnífico trabajo, la comunidad de Barinas se pudo enterar de nuestra travesía.

Cuando regresamos a la sede de Defensa Civil, para recoger nuestro equipaje, nos llevamos una buena sorpresa: Yaced y Mauricio, otros de nuestros compañeros de la universidad, que también vivían en la ciudad, venían a saludarnos. Nos acompañaron hasta la salida, hacia nuestra próxima meta: Barrancas.

Después de sinceros y fuertes abrazos de despedida, y como de costumbre, con nuestra consigna “Victoria y Gloria”, arrancamos. Ese cuatro de agosto fue inolvidable y trascendental para mí...ya sabrán porqué.

Primero, nuestro ánimo estaba por las nubes. ¡Qué bien nos trataron en Barinas! Gracias a todos. Contábamos con la compañía de un vigilante que desde el principio mostró gran interés por lo que hacíamos, y desde ya nos prestaba un magnífico servicio. También se presentó un ambulancia de la UNELLEZ, pero desafortunadamente nos tuvo que abandonar al quedarse sin combustible...bueno, eso dijeron.

Recuerdo también que, a la salida de la ciudad, luego de la redoma, en un puente, el vigilante detuvo el tráfico para que pasáramos sin riesgo. Entonces, todo el mundo nos prestaba atención, mirándonos con curiosidad y detenimiento, queriendo encontrar una explicación a lo que sus ojos veían...muy pocos encontraban la verdadera.

El tibio sol de la mañana se asomaba otra vez, secando el rocío de la hierba, que al paso por la orilla mojaba nuestros pies. Los muchachos empezaron a trabar conversación. Solo Félix y yo permanecíamos en silencio. Preferí seguir pensando en todo lo hermoso que habría de acontecernos. Ya existían razones para estar felices, como el saber que, en un par de días saldríamos de Barinas y entraríamos en Portuguesa.

Empezamos a penetrar en la inmensidad del llano a pura fuerza de pié, y todo lo que veía era descubrir algo maravilloso, pues Dios hizo esa bella tierra sin olvidarse de nada. Las manadas de tordos que en gran algarabía volaban en busca de alimento; el verde intenso, confundido entre árboles en extensos potreros a diestra y siniestra, me hicieron recordar una líneas que le escribí a Santa María de Caparo, en uno de mis viajes, acompañando a mi tío, el cura, cada vez que Monseñor Salas lo mandaba a celebrar los oficios de la navidad o semana santa. Yo era su monaguillo.

Tierra de grandes praderas
Donde el corazón palpita
Donde todo es armonía
Y deseos de vivir
Tierra de grandes ensueños
Donde se ve el sol cerquita
Donde no hay melancolía
Y provoca sonreír.

Así es el llano querido
Cuando canta con el cielo
Cuando lo arrulla la luna
O lo duerme un resplandor
Así es la tierra más linda
Cubierta toda en un velo
Teñida de una dulzura
La mejor obra de Dios.

Cuando amanece en el llano
Despiertan las ilusiones
Y se duermen los pesares
Sonriendo el corazón
Cuando anochece temprano
Hay esperanzas mejores
Y se oyen dulces cantares
Que acompañan el amor.
Por eso es que no te olvido
Tierra escogida y benigna
Señalada y predilecta
Hoy, con un leve clamor
Por eso es que te recuerdo
Hoy, con nostalgia indiscreta
Y sentado en otro suelo
Tu nombre quiebra mi voz.

¡Qué recuerdos!

En realidad, no hay mucho que contar de aquel día de caminata. Fue una etapa bastante dura y más para mí. Empecé a sentir una molestia y dolor en la planta de mi pié derecho, como una almohadilla húmeda, pero no tuve tiempo para mirarla, solo me dediqué hasta llegar hasta la meta.

Después de soportar dolor, cansancio, sol, sed y todo lo demás, por largas siete horas, llegamos a Barrancas, un próspero pueblo de Barinas. Confieso que veníamos caminando por gracia de Dios...nuestras fuerzas se habían limitado. Primero Félix, que como valiente, seguía caminando con su tobillo a punto de estallar. Yo, con mi desconocido e intenso dolor, que ya casi me hacía doblar.

Nos dirigimos hacia la comandancia de policía. Los agentes que se encontraban en la entrada se sorprendieron al vernos, pues no es común y corriente que cinco jóvenes, que casi parecían fantasmas, dos de ellos cojeando, y acompañados de un vigilante de tránsito, solicitaran hablar con el comandante.

-Buenas, queremos hablar con el comisario.
Alexander, nuestro portavoz, tomó la palabra.

Seniel, Félix, Wasim y yo esperamos afuera, en el frente, justo en donde llegamos. Nos quedamos sentados, respondiendo las preguntas de los agentes que se acercaban de vez en cuando, pues querían oír de nuestras propias palabras lo que parecía imposible a primera vista.
¿Y cuánto tiempo llevan caminando?
-Desde el 31 pasado
¿Alguno se ha enfermado?
-De gravedad, ninguno hasta ahora.
¿Son cinco solamente?
-¡Claro! Salimos cinco y llegaremos cinco.
¿Cómo hacen para dormir y comer?
-Contamos con la gente buena...Así como ustedes.

Entonces comprendieron el motivo de nuestra visita. Pasados unos cuantos minutos, nos decía Alexander:
-¡Muchachos, traigan todo!
Y nos apresuramos a hacerlo. Entramos al comando, bajo indicación de un agente, que nos ubicaría en la cuadra. Luego el comisario se hizo presente para saludarnos...¡Qué gusto nos dio!
-¡Pasen y descansen tranquilos!
De nuevo le reiteramos nuestra gratitud.

Una vez que cada quien tenía asignada su cama, ya nadie se quería parar. Empezamos a quitarnos los zapatos, en medio de quejas y gestos de alivio, hasta que descubrí mi pié derecho.
-¡Ay Dios!
Cuando dije esto, todos me miraron con asombro.
-¡Miren la ampolla que tengo! ¿Y ahora qué hago?
-Báñate y después la curamos. Refirió Alexander.

Los compañeros mostraron preocupación. Félix no estaba muy bien que digamos. Todos sufrimos duros golpes ese día. Sentimos que la madre naturaleza nos quería azotar por nuestra osadía. Aún así, no estábamos acabados, porque el dolor de uno lo sentíamos los cinco y eso nos hacía más fuertes.

Fuimos un verdadero equipo de trabajo; cada uno con sus respectivas cualidades, capacidades o condiciones particulares, que al unirlas, siempre formaron un gran todo. Por ejemplo: Alexander llevó la dirección de la caminata y nuestra voz, además de ser un magnífico cocinero. Seniel rea nuestro enfermero de reserva. Wasim fue el encargado de la hora de la alegría, rebelde pero solidario a máximo grado. Félix no hablaba mucho, pero su presencia y valor siempre nos inspiraron. Falto yo, que no hacía mucho, pero siempre quise ser un colaborador mas.

Fue aquel día, después de tomar un baño y mirando a Félix tocar su tobillo, cuando comprendí que todo en exceso es dañino...¡Y vaya que si en exceso! Lo sabíamos muy bien al salir de Mérida. También sabíamos que deberíamos vencer contra viento y marea, porque había un sueño esperando ser conquistado y, solo nosotros podríamos hacerlo.

Fui hasta la caja de medicamentos, y tomé una inyectadora. Escuché a Félix decir:
-Pásame el bálsamo, por favor.
Se lo di y luego preguntó:
-¿Qué vas a hacer?
-Debo curar mi ampolla. Hay que sacarle la sangre. De lo contrario creo que no podré seguir.
Mi amigo hizo un gesto de escalofrío. Cuando estaba a punto de pincharme, se presentó Alexander y dijo:
-Dame esa jeringa. Yo te haré la curación. Tu te puedes herir y sería peor. Tomó la aguja en sus manos...
-Voltea la cara, no mires.

No sentí nada. Fue un trabajo rápido y limpio. La ampolla cubría casi la mitad de la planta del pié. Aún recuerdo la cicatriz. El resto de la curación consistió en aplicar alcohol, mercurio, yodo, y cuanta cosa sirviera para desinfectar y sanar.

Como dije anteriormente, éramos uno solo; por eso era obvia la preocupación del grupo por lo que acontecía... casi dos bajas. Yo no soportaba la idea de abandonar; no me quedó más remedio que decirme a mí mismo y a los muchachos que no importaba, que podría caminar y que llegaría con ellos hasta la meta. Difícilmente lo creyeron. Debía convencerlos con hechos y no con palabras, pues humanamente era casi imposible, como dijeron los agentes de policía que se encontraban en el dormitorio con nosotros:

-Joven...así no va a poder seguir.
-¡Claro que sí podré! Respondí.
-Pero...¿Con esa herida? Así no se puede ir ni a la esquina.
-Por supuesto que sí se puede...ya verán que sí.

Me terminé de vestir. Ya totalmente incorporado, pensé que si quería hacer realidad lo que había dicho, necesitaba un calzado mucho más suave. Pedí prestadas las pantunflas de Seniel e invité a Wasim a que me acompañara. Salimos cojeando...él por el cansancio y yo por el dolor. Fuimos blanco de las miradas. Primero, de los policías y luego de la gente que cruzábamos en la calle. Visitamos un almacén, luego otro y ...nada. Wasim dice:
-Vamos a la entrada a comprar mamones
-¿Queda muy lejos?
-No, en unos cuantos minutos llegamos.
-¡Vamos de una vez!

Así fue...compramos mamones y nos detuvimos en un pequeño negocio. Se me ocurrió preguntar:
-¿Tienes sandalias?
El tendero me respondió...
-Sandalias no, compadre. Lo que hay son cotizas de goma.

Me las enseñó, y de una vez supe que eran las que necesitaba para seguir, pero volvería luego a comprarlas, porque se me había olvidado el dinero.

Wasim no dejaba de hacerme comentarios y me estaba planteando que debíamos presentar una obra de teatro esa noche, porque nuestros fondos estaban casi en cero. Me pareció buena idea. De esa forma contribuíamos a la cultura, al tiempo de entregar nuestro mensaje anti-drogas.

Regresamos al comando policial. Wasim se encargó de explicar a los demás la idea que guardaba para esa noche. Yo tomé algo del último dinero que guardé para emergencias, como la que se me presentaba en ese momento. Invité a Félix para que me acompañara a comprar mis cotizas...Él no sabía decir que no a un favor solicitado.
-Félix, ¿Me acompañas a hacer una compra?
-Vamos...ya estaba pensando en salir a dar una vuelta.

Ahora sí estábamos parejos...los dos cojos del grupo, paseando a pié. Eso era como para reír por largo rato. Fuimos nosotros mismos quienes empezamos a hacerlo, burlándonos de nuestros propios quebrantos físicos, como si se tratara de otras personas.

Llegamos a la tienda y dije:
-Mire cámara...páseme por favor las cotizas que me enseñó hace un rato.
-Claro cámara. Ya se las traigo. Dijo el tendero.

Me las trajo, pagué por ellas y de una vez me las puse. Aunque el dolor no desaparecía, sí sentí algo de alivio. Me le pregunté a Félix:
-¿Qué tal me quedan?
-Lucen bien.
-Vamos, no te burles. Yo se que no son gran cosa pero se sienten muy bien.
El esbozó una sonrisa de solidaridad. Proseguí con mis preguntas...
-¿Cómo te sientes?
-Pues no te niego que me duele. Aún así quiero llegar hasta el final.
-¡Claro, hermano! Ahora es cuando vamos a demostrar de lo que somos capaces dos gochos empecinados. Si tu no te quejas, yo tampoco...¿hecho?
-¡Hecho!

En la plaza se encontraban Alexander y Wasim, muy entretenidos en una conversación. Preguntamos:
-Alexander... ¿La obra va esta noche?
-¡Claro que va! En este pueblo hay mucha juventud y sé que nos darán su apoyo.
-Para eso tenemos la chispa de Wasim...a propósito...¿Dónde está?
-Fue a ver si consigue película para la cámara fotográfica.
-Eso sí me gusta. Sería muy lamentable volver a casa sin una sola fotografía.

Ahora me preguntó Alexander...
-¿Compraste zapatos nuevos?
-Tenía que comprarlos. Si sigo caminando con los que me prestó Wasim me quedaré en plena vía. Anoche se me ocurrió intercambiar zapatos con él y ya ves las consecuencias.
-¿Y cómo que no tenías dinero?
-Ahora sí es verdad que no tengo ni un quinto, porque el último bolívar lo guardo para llamar a casa...por cierto...voy de una vez.

Mientras daba mis cortos pasos, hacía memoria para recordar el número telefónico de casa. Llegué hasta el teléfono...
-Aló – respondió mi hermano.
-Hola hermano, soy yo.
-Hermanito...¡Que sorpresa! Ya nos tenías preocupados.
-Ya lo sé, y discúlpenme por no haber llamado antes; en realidad no pude.
-Tranquilo...pero dime...¿Cómo están?
- ¡De lo mejor! Ya cruzamos Barinas.
-¿Barinas? ¿Qué bien! A ese paso no dudo que llegarán pronto.
-No creas...el calor es fuerte aquí. El sol pega muy duro.
-Yo sé que llegarán.
-Te dejo...pronto llamaré de nuevo. Salúdame a Papá y Mamá. Diles que estoy en perfectas condiciones.
-Claro que sí.
Hasta pronto, hermano.
-Chao...cuídate.

Colgando el teléfono vi a Wasim que se acercaba...
-¿Llamaste?
-Sí...y rápido. Parece que de vez en cuando se corta la comunicación.
-Yo también voy a saludar a mis padres...tu sabes que los viejos se preocupan.
-Ok. Llama.

Justo a las 6:30 PM estábamos Seniel, Wasim y yo, sentados frente al comando policial. Hablábamos tan graciosamente que ni los agentes podían contener la risa. Era un verdadero contrapunteo de charadas. Mientras tanto, los peatones que pasaban, buscaban una explicación lógica para lo que oían y veían luego de reír. Yo tampoco me quedaba lejos, riendo como un loco...¡Qué delirio!
Así transcurrió media hora. A las 7:00 PM, las risas se terminaron cuando Wasim dijo:
-Bueno, ya es hora. Hay mucha gente en la plaza; vamos a maquillarnos y después a actuar.
-Un momento –dije - ¿Cómo nos repartimos el trabajo?
-Ya no preguntes tanto. Lo haremos como siempre, así que...ve a maquillarte.

Así lo hice; muy sencillo: primero una base de pomada, y luego abundante talco. La idea era lograr el efecto Mimo, pero la verdad es que parecíamos tres fantasmas sueltos. Las obras improvisadas que presentábamos en los pueblos, representaban un verdadero trabajo. Primero, nuestro interés en promover la lucha contra las drogas. Segundo, era poner a prueba lo que habíamos aprendido en las clases de Mérida. Tercero, los espectadores nos daban algo de dinero para nuestros gastos, que de hecho eran varios.

Aquella noche en Barrancas también fue inolvidable. La juventud, que era abundante, nos mostró todo su apoyo, aplaudiendo repetidamente el esfuerzo de todos...¡Qué complacidos nos fuimos a dormir!






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